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  • Foto del escritor: 𝐀𝐧𝐭𝐨𝐧𝐞𝐥𝐥𝐚
    𝐀𝐧𝐭𝐨𝐧𝐞𝐥𝐥𝐚
  • 23 jul
  • 1 Min. de lectura

Qué hago con lo que siento,

si cuando te miento me miento.

Si es más lo que aparento

que lo que me permito vivir. 


Qué hago con el amor en las manos,

con el deseo a flor de piel,

si en cada beso el corazón apostamos 

y la mente le canta truco para probar si el sentimiento es fiel. 


Qué pasa si apuesto todo al rojo,

si se que cuando pierdo la caída es dura.

Que no es sólo quedar en bancarrota,

porque cuando la noche se vuelve oscura

sólo soy yo a la luz de la luna pensando 

"¿qué acabo de hacer?"


Qué hago con los miedos que paralizan,

si cuando camino al borde de la cornisa

lo único que espero es caer de pie. 

Porque duele menos lo que se prevee

que lo que quiero ver. 


Me vuelvo a preguntar

"¿y si esta vez apuesto al cero?

Y que tenga lo que tenga que ser"

Vuelvo a tomar las riendas del juego,

vuelvo a ser jugador y crupier. 


Esta mano no la doy por perdida,

mezclo las cartas y reparto la herida.

Porque entiendo que la inseguridad es parte de lo que soy y seré.

Pero entiendo que cada quien apuesta lo que quiere.

Que la suerte y el tiempo son sabios compañeros.

Y aunque sea mí corazón el que está en juego,

yo elijo jugar esta mano con vos. 


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  • Foto del escritor: 𝐀𝐧𝐭𝐨𝐧𝐞𝐥𝐥𝐚
    𝐀𝐧𝐭𝐨𝐧𝐞𝐥𝐥𝐚
  • 26 jul 2022
  • 1 Min. de lectura

Me gusta tu simpleza. Me gusta que cada vez que estás en un lugar lleno de gente no intentas llamar la atención.


Me gusta que seas compañero, me gusta que no me sueltes la mano, pero que tampoco me cortes las alas.


Me gusta que tengas sueños, que tengas proyectos. Me gusta que los cumplas. Me gusta que no dejes de intentarlo.


Me gusta tu timidez, esa que te permite contemplar todo en silencio. Que te hace tener los pies sobre la tierra, alejado del resto.


Me gusta verte cantar y bailar, sin importar quién te mire, sin importar el qué dirán. Me

gusta que disfrutes de la vida sin más.


Me gusta que seas vos, así, tan auténtico, tan natural. Sin nada que fingir sin nada que aparentar.


Me gusta la pasión con la que haces las cosas que te gustan. Siempre tan perfeccionista y a la vez tan desordenado.


Me gustan tus inseguridades, esas que te vuelven humano. Me gusta que a veces seas tolerante y otras tolerado.


Pero lo que más me gusta es tu sonrisa, me gusta verte feliz y quisiera que siempre fuera así. Quisiera que siempre tengas motivos para sonreír.



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  • Foto del escritor: 𝐀𝐧𝐭𝐨𝐧𝐞𝐥𝐥𝐚
    𝐀𝐧𝐭𝐨𝐧𝐞𝐥𝐥𝐚
  • 2 abr 2021
  • 2 Min. de lectura

Una vez conocí a alguien que vivía encerrada entre medio de dos grandes árboles llenos de aire. Le dijeron que el motivo de su encierro fue para proteger a la dueña del lugar de su presencia, pero ella pedía a gritos que la dejaran salir, reclamaba su libertad. Y, de hecho, de vez en cuando lograba escapar por algún recoveco, aunque cada intento era inútil.

La seguían escondiendo y hasta a veces negaban su existencia. Hasta que un día se dio cuenta que por cada vez que la volvían a ocultar, se hacía más fuerte, más grande. Como si se alimentara del miedo que esas personas le tenían. Entonces sus escapes eran cada vez más seguidos, más incontrolables y hasta más inoportunos. Nadie sabía ni el cómo ni el por qué aparecía de la nada si estaban haciendo todo lo posible para mantenerla en la oscuridad. Lo que ellos no sabían es que ella tenía el mismo derecho de ser libre como el resto de los que vivían allí. No entendían que, si la dejaban ser cuando ella quisiera, todo ataque repentino dejaría de pasar, que todo se iba a acomodar y que, quizá, la iban a lograr aceptar.

Esta vez la dejaron hablar y contó que pasó noches enteras preguntándose “¿qué fue lo que hice mal para que me dejen estancada en el medio del pecho?”.

“Existir” –le respondió el enojo. Pero, Alegría, con su empatía característica le explicó que el problema no era ella, sino lo que generaba al salir. Que la dueña de ese lugar no quería que ella estuviera muy seguido rondando su cuerpo porque, irónicamente, eso le generaba más tristeza de la que Angustia podría darle. Dijo que no lo hacía con maldad y que, a veces hasta era inconsciente. Que no la odiaba sino que le tenía miedo, porque así somos cuando le tenemos miedo a algo; lo escondemos creyendo que si no lo vemos, no está ahí. Pero Angustia estaba, siempre estuvo, solo que tenía prohibida la salida y de vez en cuando la dueña le regalaba un aire a los pulmones producto de un respirar hondo para que Angustia se calmara, pero las salidas rápidas tienen soluciones fugaces.

Hasta que llegó una noche que la dueña de aquel lugar, de aquel cuerpo, no pudo sostener más la máscara que había conseguido para Angustia y la dejó salir con todas sus fuerzas, la conoció en todas sus formas y la abrazó hasta quedarse dormida. Y ahí entendió que no había nada malo en ella y que el miedo que Angustia le generaba no era más que el miedo a su propio reflejo cuando se miraba al espejo, miedo a no reconocerse, miedo a no quererse. Entendió que al liberar a Angustia se estaba liberando a ella misma.




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© Intensamente by Antonella

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